Por: Idolkis arguelles Berdión
Cualquiera podría ser tu nombre, Melissa, Jorgito,
Pedrito o María, Natalí, no sé…, me das una sonrisa y desvanezco la recia
corteza de los avatares del día.
Verte crecer fuerte, al amparo del más robusto de los
árboles que se yergue a tu paso, pero a la par de los tiempos; reconocerte
sano, inteligente, hermoso es el mejor regalo y mayor placer que pueda sentir.
En un inicio endeble, pequeño, y poco a poco constatar
tus éxitos, los primeros pasos en el Círculo Infantil, luego la Escuela, advertirte
profundamente humano, impregnado de los mejores modos de decir y hacer, rodeado
de música y deportes, con una palabra ardiente en los labios, compartiendo con
tus amiguitos del aula y el barrio, hacerme feliz, a pesar de las horas
concedidas para tu formación.
La llegada de un nuevo día saboreando tu sonrisa es
como si una fuerza mayor parara, por un instante, al veloz tiempo. La sorpresa
es tu mejor aliada, bueno, en verdad la mía y cómo la disfruto, al fin y al
cabo muchas veces soñé con ella y con tu corta edad me das ese privilegio.
No hay nada superior que un niño, es el símbolo
perfecto del sosiego en medio de la más cruel tormenta. No crean que es fácil
sentirse satisfechos, requiere esfuerzo y dedicación sin límites, guiar sus
pasos no es tarea que se logre de un tirón y moldearlos, mucho menos; sin
embargo, sigo apostando por su sonrisa.
La infancia es el período de vida más feliz, al menos
así yo lo recuerdo. Ojalá que los niños ya convertidos en hombres no se olviden
de eso jamás y trabajen intensamente para lograrlo.
La candidez de tu sonrisa me hace bien, tal vez, un
día de estos, el que menos me imagino, me percato que has crecido, pero para mi
seguirás siendo un niño, al que le di vida, o al que le enseñé las primeras
lecciones, y la sonrisa permanecerá ahí, una y otra vez, a flor de piel,
mostrando la grandeza de la vida.
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