Por:
Idolkis Arguelles Berdión
Elena, Jessica y Paola apenas empiezan a recorrer sus
vidas y ya conocen de la palabra que ofende, ven discutir a sus padres y hasta
han presenciado maltratos físicos por parte de papito contra su Juana querida.
Los nombres no pertenecen a mis testimoniantes, sin
embargo, la historia es real, y podría identificar, ahora mismo, rostros en cualquier parte del mundo.
Son los efectos de la violencia contra las mujeres y
las niñas, las que más sufren. Como si
fuera un fantasma, una sombra ensordecedora, que permanece inamovible en pleno
siglo XXI.
Desde antaño, la mujer sigue siendo marginada y lesionada
por muchos hombres, la sociedad se encargó de destinarle a ella el mal considerado
“sexo débil”, bajo un patrón patriarcal, machista, en el que deben obediencia
al esposo y frustrar sus sueños, para dedicarse a la casa, al hombre, los
hijos.
Las políticas emancipadoras por los derechos de las
féminas juzgan en decretos esa burda práctica, sin embargo, a ciencia cierta
quedan a veces al margen de una realidad discriminatoria; en ocasiones, casi
instituidas por las sociedades, en una u otra medida.
Según estadísticas de la Organización de
Naciones Unidas, una de cada tres mujeres de la población mundial se ha visto
afectada por la violencia, por lo que prevenirla demanda no solo de la voluntad
de los conciudadanos sino de acciones concretas gubernamentales para
enfrentarla con eficacia
Por suerte, en algunos países se avanza a pasos
agigantados en eso que tiene que ver con el desarrollo integral de las mujeres
y sus derechos, y Cuba es un ejemplo. Existen los mecanismos legales que
garantizan la no impunidad en un asunto tan serio como este, pero no siempre
las víctimas acuden a denunciar, y en ocasiones, pesa mucho todavía el hecho de
que el maltratador es el propio esposo, padre u otro familiar allegado
En otros términos, la violencia sigue siendo un
lastre, al que todos debemos enfrentar.
Son muchas las formas que asume, no solo la que deja
visibles marcas en el cuerpo, la física, hay otras tan tremendas que dañan como
la primera, la sicológica, por ejemplo, la lastima el alma y se anida por
siempre en las mentes. Todas, lastran la dignidad humana.
¡Es hora ya de parar la violencia contra las mujeres
y niñas! El mal tiene que ser arrancado de raíz. Hoy podría ser un buen momento
para la reflexión conjunta; deberían ser más enérgicas las leyes contra quienes
se arrogan el derecho de usarlas.
Cada 25 de noviembre se celebra el Día Internacional
de la NO Violencia
contra la Mujer,
una fecha que convendría tenerse muy presente tanto por hombres, como mujeres.
Los foros de debate sobre el tema no solo corresponden a ellas, ellos también
deben ser partícipes.
La exclusión es una forma de violencia palpable,
puede ser racial, por credo, procedencia, o por el simple hecho de ser mujer.
Las políticas gubernamentales están llamadas a ser justas y equitativas para
ambos sexos, en materia de violencia
sería muy provechoso no perder la perspectiva.
Ojalá, que al menos en este día no haya que lamentar
ni un acto violento contra alguna mujer o niña, las más vulnerables. Seamos
consecuentes con nuestros actos, ¡qué la cordura y a la tolerancia sea nuestra
guía. Si nos lo proponemos, sería nuestro sencillo aporte a este Día de la
No Violencia contra la Mujer. ¡Hagámoslo ahora
mismo!